Y es precisamente eso lo que no quiero: racionalizar lo irracional. Es casi blasfemo, insano, estúpido. Sintiendo que todo es un proceso mecánico, casi robótico... sintiendo que todo es caótico, idílico... nuevo. Lógica versus Fluidez... ¿Quién ganará este metafísico encuentro? Quien yo quiera que gane... & la medalla es para el sentimentalismo. Vamos... que todo nuevo nos entrega nuevos aprendizajes.
Y nuevamente las leyes de la sacra herencia me aportan cualidades bastante útiles y peculiares y que, asumo, han sido bastante favorables para los episodios vividos. Porque no cualquiera se sienta y arroja lo inútil a la basura, luego del pertinente aprovechamiento de tan sagrado material de la vida. Y bueno, lo típico: el jugo de la rica naranja, bebido, y las cáscaras a la basura. Simple. Útil.
Y me agrada, debo admitirlo: me agrada mucho que escape de toda lógica, que no sea igual a todo lo demás... que me haga entender nuevas cosas, porque en definitiva no se trata de una persona... se trata del momento, de la situación... del hecho de trasfondo. Aquello es lo que realmente importa, quizá. Sustantivamente distinto. Sustantivamente mejor.
Es una especie de rapsódica inexactitud que, después de todo, sí me agrada, aunque lo evite. Porque sí me gusta aprender. Porque debemos ser autodidactas. Porque así soy yo. Un poco raro, un poco ininteligible, pero bastante realista, debo confesar.
Y es que gracias a estos sabores agrios... es que la vida tan dulce.