A estas alturas del día ya no hay ruido. Sólo yo y mis pensamientos. Yo y mis sentimientos. Yo y mi malestar.
Miro mis manos y me asusto. Y me alarmo. Y entiendo que las cosas no están bien... que es necesario darle un vuelco a muchas cosas, que hay que empezar algunas... y terminar con otras. Miro mis manos y escucho gritos que claman, que piden, que exigen. Miro mis manos y no encuentro paz. Miro mis manos y me pregunto por qué.
¿La verdad? Evito mirar mis manos. Evito recordar los reclamos de voces inaplacables que sólo piden. Y entonces te preguntas: "¿¡Qué he hecho!?". Te cuestionas, te piensas. Y te das cuenta de muchos errores, de muchas cosas que no debiste haber permitido, de cosas que no debiste haber hecho. De cosas que debiste haber dicho - o callado -. Te das cuenta de que podía ser de otra forma.
Pero ya no hay vuelta atrás. Como dijo Chaplin, no hay ensayos. Es la única oportunidad de exhibir la función... y al final, cuando se cierre el telón, sólo restará sonreír.
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La melodía de una rumba me dijo: "el secreto no está en la tumba, sino en el vivir".