Y recuerdo cuando se cerraba la puerta y el mundo se reducía a una caja de fósforos. Recuerdo las profecías jamás creídas, las puertas mal cerradas y los viernes invernales.
Y las almohadas jamás fueron puertas. Eran sólo eso. Almohadas.
Y las manos alzadas clamaban oportunidades. Tan sólo una. Una siempre negada y rechazada. Una jamás otorgada.
Y el bus de noche, la noche helada, la frazada calientita y las ondas en el hombro. Recuerdo que esa noche de julio, esos ojos vacilantes y tímidos. Nerviosos. Ansiosos. Y oasis.
Y todos profetizaban, auguraban, vaticinaban. ¿Y yo? Jugando. Jugando a ser niño, intentado jugar a la pelota, a los países, a andar en bicicleta. Pero ellos ya lo sabían. A los otros se les fue advertido.
Y sigue ahí. No se ha ido. Son imágenes feas. Son miedos y temores de antaño como diría Solar.
Y el ciclo.
Y son asuntos que no entenderás jamás. Sí, a ti te hablo. A mí mismo. Porque no existe tal lector ideal. Porque no debería haber un lector.
"No puedo creer que ellos algún día fueron como nosotros".
Y eso es lo que marca la diferencia: la credibilidad.-
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La melodía de una rumba me dijo: "el secreto no está en la tumba, sino en el vivir".