Uno no puede mentirse a sí mismo. Es tan terrible como renegar a su raíces, como negar la propia esencia. Es triste pensar en cómo las cosas pueden ir cambiando drásticamente con el paso de los días, de las semanas. Es curioso darse cuenta de que efectivamente, nosotros sólo planeamos... pero lo que ocurre, puede ser copernicamente distinto.
Bajo una visión termodinámica de los estados final e inicial, es inevitable asombrarse y espantarse ante todo lo que últimamente ha ocurrido. A veces es necesario forzarse, obligarse. Cuando sientes que estás perdiendo tu propia batalla, es necesario entregarse. Dejarse llevar por lo más racional, lógico, mental. A veces, lo sentimental sólo conlleva más emociones, más sentimientos que terminan letalmente en un punto final. Muchas veces nos vemos obligados.
Muchos lo han cantado, pero otra cosa es vivirlo personalmente. Y al parecer tenían razón. A veces el no-entendimiento se apodera de todo. A veces todo parece ser congruente, a veces todo parece ser insólito, inconexo, completamente ininteligible. A veces... todo parece ser lamentable.
Y bueno, luego afloran estas ideas medias extrañas que apuntan a que la vida sigue, a que hay que mirar fijamente el horizonte, que hay que "tirar pa'rriba". Serios reparos a algunas de estas frases clichés decimonónicas.
Siento que me hallo en un torbellino que está lejos de terminar.
Siento que me hallo atónico, expectante.
Siento que quiero que pase pronto.
Siento que quiero volver a muchos lugares.
Siento que quiero pararme en esos montes y mirar un atardecer.
Siento que es necesario dejar de respirar ese aire tan de Santiago como lo diría el guapo Alex (¿O el coqueto Daniel?).
Siento que se viene lo más complicado: mi antigua y vieja metáfora de la naranja y el jugo que de ella es posible extraer... del que es posible hacerse más vigoroso y sabio luego de saber beber y disfrutar el rico zumo que nos tiene para ofrecer.
Al mal tiempo, buena cara.
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La melodía de una rumba me dijo: "el secreto no está en la tumba, sino en el vivir".